En una época de profundos y dolorosos cambios en la situación de la Francia del siglo XV, que había atravesado la terrible devastación de la peste bubónica y los dolores de la Guerra de los 100 años, surge de entre los más pequeños la figura de una gran santa, desde la pequeña villa de Domrémy, Juana de Arco.
Desde su humildad, Jeanne siempre se mostró dispuesta a seguir el mandato divino. En su infancia experimentó una revelación mística que la llevo a profundizar, de forma sencilla pero profundamente reverencial el llamado a entregarse firmemente a la causa divina.
Su fe interior se manifestó de forma extraordinaria, logrando responder valientemente ante la situación sociopolítica de su época y cambiar el curso de la cruenta guerra; su carisma y liderazgo, en conjunto con su sincera piedad y voluntad de cumplir su misión, la llevó a realizar lo imposible y en la entrega de su vida por la causa justa. Siempre demostró una profunda fe interior que la movió a la acción y la superación de los obstáculos, superando los problemas y dolores de este mundo, incluso hasta el trágico final de su vida, sufriendo el martirio en la hoguera, y a pesar de todo sobrevive no sólo su testimonio, sino su causa por llevar a la humanidad a la buena voluntad y la entrega al gran plan de Dios.
La Guerra de los 100 años fue un conflicto bélico que duró 116 años en el siglo XV en el territorio de Francia, ocasionada por un conflicto de sucesión al trono francés, lo que ocasionó una serie de conflictos para asegurar la corona, por un lado, al rey de Inglaterra y por el otro al Delfín de Francia, el futuro Carlos VII.
Es en medio de este desalentador conflicto bélico y crisis de sucesión que, en la región noreste de Francia, en un pueblito rural llamado Domrémy (actualmente conocido como Domrémy-la-Pucelle) surge en la casa del líder de la villa, Jacques d’Arc la noble doncella que cambiará el destino de Francia, su quinta hija, Jeanne d’Arc (Juana de Arco). En este pequeño pueblo y esta situación de humildad, la joven Jeanne es recordada por sus contemporáneos como una niña de profunda devoción, piedad y respeto por la Iglesia, inclusive declaró en su juicio «Yo aprendí mi fe y fui correctamente educada como todo buen niño debe ser… de mi madre aprendí el ‘Paternoster’ el ‘Ave’ y el Credo; tuve mis enseñanzas en la fe de ella y de nadie más», es en este contexto que podemos hacernos una imagen de la profunda devoción de Jeanne, pues en su pequeñez como la quinta hija en un pequeño pueblo rural es donde se ha manifestado la gracia de Dios, recordándonos la escritura «Escucha, hija, presta oído, olvida tu pueblo y la casa paterna, que prendado está el rey de tu belleza. Él es tu señor, ¡póstrate ante él!» (Sal 45,11-12).
Como declararía en su juicio, la joven Jeanne, a los trece años, experimentó una visión mística de San Miguel Arcángel. Estas visiones continuaron durante su juventud, viendo y conversando con el príncipe de la milicia celestial, y con Santa Margarita de Antioquía y Santa Catalina de Alejandría, quienes la incitaron a llevar una vida piadosa y recurrir frecuente a los sacramentos. Es alrededor de 1428 que sus visiones le informaron que debía dejar Domrémy y auxiliar al delfín Carlos para que fuese coronado Rey de Francia, liberando el sitio de Orleans y llevando al futuro rey para ser ungido y coronado en Reims, sucesos que se realizaron conforme a la capacidad militar y resurgimiento del patriotismo francés en las desmoralizadas tropas que les infundió Jeanne en su campaña militar, demostrando no sólo cualidades de liderazgo, sino su profunda devoción y autoconcepción de ser enviada por el mismo rey del cielo para llevar a cabo este cometido.
En el contexto de la etapa histórica en la que se desarrolló la guerra de los 100 años, era claro que se habían perdido todos los ideales de la caballería medieval que habían caracterizado a la figura del caballero. Ahora los ejércitos causaban los mayores daños posibles a su paso, y la figura de los soldados estaba reducida de la nobleza que había poseído en otros siglos, pero Jeanne d’Arc se mostró ante sus compañeros de armas como una valiente guerrera que representaba fielmente todos los atributos del caballero medieval miles Christii, es decir, se mostraba valiente en la batalla, ponía su confianza en Dios todopoderoso e instaba continuamente al acercamiento a la Iglesia y los sacramentos a su ejército, inclusivo logró eliminar el pernicioso hábito de maldecir de uno de los generales que la acompañaban en la campaña militar, Étienne de Vignoles, conocido como La Hire por los ingleses; sus acciones constantes de invitar a la recitación diaria de oraciones, asistencia a la misa dominical y en días santos, el mantener la castidad y evitar los pillajes causo en sus compatriotas un profundo cambio radical en sus vidas y una renovación de su compromiso con la santa causa.
Es en el cruento campo de batalla que podemos comprender la profundidad de la espiritualidad y los valores cristianos que Jeanne d’Arc poseía y proyectaba magistralmente a sus contemporáneos, pues está documentado en las declaraciones de su juicio póstumo de rehabilitación y en la correspondencia sobre las campañas militares que la doncella constantemente instaba a los soldados a acudir a la misa, realizar la confesión, dejar de cometer los actos impíos de robo y pillaje en los territorios de la guerra, así como demostrar una prudencia y humildad dignas de reconocerse en los santos. Son muchas las declaraciones de sus contemporáneos sobre su fidelidad a la causa divina, reconociendo que sus acciones y confianza siempre estuvieron depositadas en manos del verdadero rey del mundo, Cristo, quien concede a los hombres gobernar como medio para traer la justicia de su reino a los reinos terrenales; su valentía puede explicarse en el abandono de su ser al Señor como San Pablo nos exhorta «si Dios está con nosotros, ¿quién está contra nosotros?» (Rom 8,31), como ella manifestó ante la pregunta si tenía miedo al combate «No tengo miedo… nací para hacer esto».
Es extraordinario reconocer que una jovencita iletrada, proveniente de una comunidad rural pudiera poseer tales rasgos de profunda devoción y sabiduría ante las crisis sociales y políticas de su contexto, pero tales cosas no son imposibles para Dios, puesto que nuestro propio Señor lo ha dicho «te alabo Padre, Señor del cielo y de la tierra, porque has escondido estas cosas de los sabios e instruidos y se las has revelado a los sencillos» (Mt 11,25). En el caso particular de Jeanne, esta instrucción fue más directa y según las declaraciones de los aldeanos de Domrémy en su juicio de rehabilitación, ella incluso fue ridiculizada por sus actos piadosos, que eran considerados por algunos excesivos, especialmente su profundo cariño a la Iglesia; sin embargo, estos testimonios nos muestran la conexión entre su vida espiritual interior y sus acciones, creando así una forma visible de manifestar esa piedad interior que se cultivaba en su corazón constantemente.
Es claro que desde este punto de vista sería contradictorio pensar que en el campo de batalla Jeanne cambiaría y se sometería al influjo de las costumbres de las que estaba rodeada con sus compañeros de armas; ella demostró que inclusive en los horrores de la guerra se puede encontrar la piedad y que esta es profundamente necesaria también en el campo de batalla. Existen varias fuentes que señalan que siempre sufría terriblemente por la muerte de los soldados, inclusive los que combatían por el lado inglés y se preocupaba constantemente de que estuvieran confesados o los reconfortaba en sus últimos momentos cuando estaban heridos. Ante la tragedia de la guerra siempre insistió en la solución pacífica del conflicto, como demuestran las cartas que dirigió tanto a los capitanes ingleses antes de la campaña de Orleans como a las ciudades en su campaña a través del río Loira, siempre invocando los sagrados nombres de Jesús y María, llamó a la rendición pacífica para reconocer que su causa era venida del cielo y más que solicitar que se rindieran ante ella, solicitó que se rindieran ante los deseos de Dios, rey de todos los reinos.
La profundidad de la dimensión de la fe de Jeanne se aprecia, sobre todo, en el juicio al que fue sometida, particularmente en el tema de la gracia, ya que, a pesar de su desconocimiento de filosofía y teología pudo debatir formidablemente contra grandes maestros de la fe que buscaban engatusarla para condenarla en un juicio con claros intereses políticos, más que en una verdadera examinación de su fe y causa. Jeanne siempre puso su fe en manos de Dios, entregándose enteramente a Él y permitiéndole actuar en su vida en la tierra de forma que la condujera al cielo, se sentía llamada a la comunión con la Iglesia Triunfante y ponía su esperanza entera en el Señor «cuando se le preguntó si sabía que estaba en la gracia de Dios, respondió: ‘si no lo estoy, que Dios me lleve allí; y si lo estoy, que Dios me conserve. Sería la creatura más triste del mundo si supiera que no estaba en su gracia».
Pareciera providencial la forma de la fe de Jeanne d’Arc, aunque lo que podemos vislumbrar en su campaña militar y su posterior juicio sólo nos da una pequeña parte de su ser interior, es indiscutible que esa forma de identidad religiosa individual debía inspirar a todos aquellos que la conocieron y todos aquellos que la conocemos ahora. Sería interesante plantearnos la pregunta: ¿es acaso esta la fe que la Iglesia requería para su renovación? Es factible que podamos considerar la acción heroica de los laicos a servir al llamado divino lo que corresponde a auxiliar a una Iglesia que sufriría profundamente en los siglos venideros con la reforma protestante, más la esperanza puesta siempre en Dios, que guía a su Iglesia debería llamarnos interiormente a vivir una espiritualidad valiente y caballeresca en nuestra propia trinchera personal. La figura de Jeanne d’Arc no nos invita a la guerra sangrienta y hostil, nos invita a llevar, incluso en las peores acciones del ser humano, el mensaje y los valores cristianos a todos: la compasión, la humildad, la esperanza y la caridad para poder luchar contra las verdaderas opresiones en el mundo.
Referencias
KATHARINE LUALDI, “Joan, are you in state of grace?: Joan of Arc and the Late Medieval Catechesis”, Journal of the Western Society of French History, 32 (2004): https://quod.lib.umich.edu/cgi/t/text/idx/w/wsfh/0642292.0032.001/--joan-are-you-in-a-state-of-grace-joan-of-arc-and-late?rgn=main;view=fulltext
MICHAEL CERRONE. For God and Country. The Heroic Life and Martyrdom of St. Joan of Arc (Inglaterra: Sophia Institute Press, 2015).
PIERRE CHAMPION. The Trial of Jeanne d’Arc. (USA: Aeterna Press, 2015).